martes, 21 de julio de 2020

En la tierra del maple II

Hace un año ya de esto... hacía mucho que no me lanzaba a escribir aquí de mis viajes, quizá porque realmente no había tenido uno que valiera la pena comentar, pero este viaje a Canadá fue todo un suceso; permitió que ocurrieran muchas cosas en mí que había venido conteniendo, así que además de una grata experiencia, también fue una oportunidad de crecimiento. Sobre todo cuando me refiero a crecimiento personal.

Es de las pocas veces que he viajado sin mi madre y aunque la extrañé horrores, me permitió sentirme algo más autónoma; viajé con la mayor de mis hermanas, así que también debo decir que me mantuvo en la raya de la familia XD... cosa que espero pronto soltar un poco más, me gusta ser de familia muégano, pero también soy consciente que para crecer, es mejor dejar.


Hablando de dejar, el viaje también me permitió soltar un poco de eso, primero perder algunas culpas por lo que les hablaba en la entrada anterior sobre la muerte de mi papi, creo que sólo ese tipo de pérdidas nos permiten aceptar algunas cosas que la vida nos pone delante; en mi caso, perder a papá y luego hacer el viaje, fue como liberador, me permitió pasar mi duelo conmigo, pensando en las largas horas de viaje en tren, en los paseos hermosos por calles desconocidas. Me permitió entender que estaba del otro lado del mundo, sola, frente a otro idioma y otras personas y de alguna forma encontrar paz en medio de ese distanciamiento.

En un momento, tuvimos un encuentro interesante en nuestro hotel, mi hermana y yo nos soltamos en llanto, ella con más ahínco que yo, y una de las señoritas del comedor nos miró, en medio de un desconocimiento del idioma, nos consoló, supo qué decirnos para ayudarnos a sentirnos mejor; justo eso nos dejó el viaje, la oportunidad de dimensionar nuestra pérdida e incluso lejos de los que amamos y frente a nuestra soledad y a nuestro dolor, encontrar la forma de recomponernos y volvernos a levantar.

Papá no volverá.

Pero nosotras fuimos lejos, encontramos cosas significativas y bellas y volvimos. Y eso nos ayudó un poco a sanar cuando volvimos, a reencontrarnos con la ausencia y verla diferente. Uno nunca va a dejar de vivir la ausencia de quien ama, mucho menos de doler la pérdida, así que quizá fue una especie de placebo, que nos permitió encontrar fuerza para regresar y enfrentar el vacío...

Pero también fue una forma de sanar un poquito. Hoy este viaje me parece algo así como un ensueño, una pausa en medio de la ausencia y del dolor, un momento para encontrarme a mí misma y medir la situación en la que me encontraba y me encuentro; nunca como en este viaje, pude comprender que no estoy sola, que tengo a mi familia conmigo y que ellos son lo que importa; que por muchos años dí demasiada importancia a gente que no merecía mi atención, que perdí valiosos momentos con quienes me amaron al extremo por fomentar relaciones que no tenían cabida en mi futuro.

En la soledad de una avenida concurrida de Québec, entre un montón de voces de gente que no conocía y en un idioma que me parecía oníricamente extraño, me dí cuenta que había desperdiciado demasiado amor, que había tirado lágrimas en demasía, que había dejado que mi corazón se llenara de dolores que no debían siquiera preocuparme, porque cuando te falta un padre, es cuando de verdad entiendes que eres mortal y que existe algo más que tú mismo.

Así que el viaje a Canadá fue experiencia, fue aprendizaje, pero también fue liberación. 2019 me dejó un par de experiencias de este tipo, 2020, con su COVID ha resultado muy diferente, arruinando algunos planes del estilo... ojalá que 2021, se presente menos agreste y más educativo. Los veo pronto en un par de entradas dedicadas a mi viaje en el mes de octubre a Perú, que espero les resulten interesantes :P (y ya me iré enseñando a llevar un diario de viaje, porque qué falta que hace).

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