Una de las grandes ironías de la vida es que pretendemos en muchas ocasiones hacer bien, ejerciendo el mal...
¿Te ha pasado?
En momentos absurdos de nuestra existencia, resolvemos que la mejor forma de actuar es pasando sobre alguien o bien, manipulándolo o buscando satisfacer una necesidad evitando que alguien más satisfaga la suya; de ahí que, por ejemplo, se luche con uñas y dientes por un puesto en el trabajo que otro compañero podría también pelear... y se arma la gorda y se vale uno de todo lo posible, para lograr ganar aun cuando se pase sobre el otro. Algunos luchan de forma legal, otros incluso eso fracturan con tal de triunfar.
En el amor es muy similar.
A veces cuando uno se sabe enamorado de alguien, lucha por enamorarle también, manipula lo que tiene a su alcance, usa todas sus herramientas, emplea sus virtudes y exalta sus dones, en aras siempre de que el otro, caiga en su red. Uno pelea para conseguir el amor.
Esto cuando uno es consciente de la lucha, pero a veces, irónicamente, amar a alguien, descubrir que uno le ama, nos lleva a actuar de otras formas; hay que decirlo, amar es pelear contra el otro al principio, porque se intenta sobreponerse, dominar, uno no quiere perder lo que es, lo que quiere o tiene individualmente, porque el otro invade y posee, porque el otro también quiere lo suyo; muchas veces en ese instante, cuando empieza a amarse y con ello a ver quien cede en qué, es cuando más daño se hace en una relación, es el momento del estira y afloje, es el instante de mayor tirantez.
Así pues, podría casi decirse que es una confrontación constante, arbitraria y decisiva, incluso violenta que si no se trata con cuidado, puede acabar en el distanciamiento de ambos...
Pero que llevada bien, acabará en su definitiva unión... como dijo Waters:
"Y, como ven, es el amor -no el desprecio ni la maldad, sólo el amor- el que, después de todo, me induce a hacerle daño"*
Y cuidado, porque si empezamos a hacernos daño por amor, aunque sea para fijar nuestra postura, para salvar nuestra autonomía, para dominarnos a nosotros mismos y al otro... el daño no deja de ser daño y muchas veces, aunque se ame mucho, no se está preparado para sufrir tanto.
*Waters Sarah, Falsa Identidad, Editorial Anagrama, Barcelona, 2003, pág. 323
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