Hace un par de días me dio por volverle los ojos a algunos de mis viejos escritos, la mayoría marcados por eso que se suele llamar “inmadurez”; me topé con terribles matanzas, asesinatos, adulterios, fantasmas y vampiros que de haber podido poner en una mezcladora me habrían dado un delicioso, empalagoso, pasional y meyeriano cóctel digno de remembranza; pero lo que más encontré paso a paso fueron errores, de esos garrafales que nada más con tenerlos delante, me dio por sonrojarme, toser sin sentido y levantarme a buscar a mi mamá para contarle algo que me pasó en la escuela, entiéndase lo anterior como: los mandé al olvido.
Eso se hace muchas veces, luego de crecer y madurar, el autor vuelve a sus letras y las halla vanas, absurdas y sin sentido y no piensa sino en eliminarlas para no tener la pena de verlas otra vez, saltando como chiquillas chocosas que quieren atención; pero, ¿y el afecto?, es decir, esos textos son hijos míos también, de mis dedos salieron y lo quiera o no, me vuelven a estremecer, tanto de horror como de orgullo. Uno no puede avergonzarse de los cimientos de su casa, por muy toscos, pedregosos o chuecos que hayan quedado.
Comprendido esto, este absurdo cariño por lo vergonzoso e imperfecto, me dio por recordar que alguna vez topé con esos muros que se hacen llamar “Autores con experiencia”; sí, esos escritores jóvenes como yo que por ver su nombre en un periódico, un blog o una página de Internet se creen ya todo poderosos para venir a pararle a una la marcha diciéndole: No vales. Sé que tienen en el fondo de sus cajones, en lo más recóndito de sus bibliotecas, carpetas o estantes, esos hijos pródigos que se avergüenzan de mirar, pero que a pesar de estar en el olvido existen, son sus cimientos, la base de su talento, ese que tanto luchan por proteger como a doncella en castillo medieval (claro, haciendo papel de dragones de largos cuernos y arrebatada violencia).
Yo no creo que el talento tenga que pelearse, por el contrario, ese ya se trae encima, nadie puede decirme si no lo tengo o si es más o menor que el suyo, pero sí puede decirme cómo hacerlo crecer y cómo mejorarlo. Creo en la crítica constructiva como forma de ayudar al autor novicio a salir adelante y creo en la crítica destructiva como medio para formarle el orgullo y engrosarle la coraza; creo en el trabajo duro y la corrección como formas para impulsar una promesa y creo en la paciencia y la perseverancia como manifestaciones de la fuerza interna.
Yo no creo que el talento tenga que pelearse, por el contrario, ese ya se trae encima, nadie puede decirme si no lo tengo o si es más o menor que el suyo, pero sí puede decirme cómo hacerlo crecer y cómo mejorarlo. Creo en la crítica constructiva como forma de ayudar al autor novicio a salir adelante y creo en la crítica destructiva como medio para formarle el orgullo y engrosarle la coraza; creo en el trabajo duro y la corrección como formas para impulsar una promesa y creo en la paciencia y la perseverancia como manifestaciones de la fuerza interna.
Nadie es mejor que nadie, todos somos iguales; las letras son un arte, una savia deliciosa que todos podemos probar. No me gusta quitarle la copa de los labios a los que están cerca de mí, pero tampoco me gusta que quieran beberse todo de un sorbo. No voy a permitir que quieran beberse lo de los demás, mucho menos que vengan a decirme que no sé sujetar mi copa. A la mesa, una buena actitud. Las cosas con moderación. Las cosas… con disfrute.
No hay comentarios:
Publicar un comentario