En principio esto era un diario y un diario debe guardar todo aquello que uno se propone, los planes, las recapitulaciones, los deseos, las memorias y los vistazos al pasado; de esta forma es que por rara ocasión, me doy a la tarea de hablarles un poco de lo que tengo en miras, proyectos que les mencioné en mi nota de inicio de año y que hoy vendría muy bien mencionar ampliamente. Uno de esos proyectos, es mi deseo y mi intención, de empezar a producir literariamente digamos de una forma más profesional, más en serio, pero sobretodo, más para difundirme.
Pues resulta que ando escribiendo una novela, sí, oyeron bien, una novela en miras a crecer; de momento es una historia solitaria que va germinando de mi pluma, que tiene tintes de fantasía y más que nada, de acción. La temática es una de las cosas que más me divierte, así que no esperen una novela erudita o mucho más, porque la verdad es que sólo quiero sacar una trama que traigo entre ceja y ceja y que quizá pudiera gustarles.
Hace algunos meses, surgió un cuento sobre zombies que compartí con alguien muy especial, en su momento fue complicado que le diéramos forma y nos pusiéramos a trabajarlo, así que al final el cuento se quedó sólo en el tintero; hoy les muestro un fragmento de él porque es precisamente de ese corte del que estoy escribiendo en mi actual proyecto de novela... una probadita no hace mal a nadie y quizá, les siembre la duda (y se unen ya al reducido grupo de personas que me hacen presión para que acabe la novela XD).
He aquí pues, el cuento del que nació mi proyecto en crecimiento:
(ADVERTENCIA: el presente cuento no tiene trabajo alguno, es un pequeño surgido tal cual de la pluma, por tanto el nene no tiene modales ni sabe de buena educación; en caso de que se sentase a su lado a la mesa y le salpicara con la sopa de su plato, ruego le tenga la consideración oportuna)
CUENTO 1 (Fragmento)
"Temblaba tanto que bien
podría estar sufriendo una convulsión, tenía el rostro empapado de gotillas pegajosas
que le trazaban líneas frágiles descendiendo poco a poco, agotadas como sus
piernas; se habían metido para refugiarse en el peor lugar de todos: un antro
con la música estruendosa a todo lo que da. Su mirada nerviosa y aterrada repasaba
el lugar: todo sombras, luces de colores, letras de neón e insipiente humo, era
la discoteca abandonada por la crisis, por el miedo; su pecho subía y bajaba y
la garganta le escocía desgarrada por la carrera, la sed y el desconsuelo, pero
la mano que tenía presa entre la suya se sentía tan helada que le quitaba la
importancia a todas las demás sensaciones que le llenaban.
Volvió la mirada apenas un poco para cerciorarse de que
estaba ahí, junto a él y cuando distinguió sus ojos grandes y oscuros poblados
de lagrimillas de cansancio, se sintió casi e irónicamente aliviado; apretó los
dedos muy fuerte y se llevó la pequeña mano a los labios, unos labios secos,
agrietados, ardientes de fatiga. Ella le correspondió pegándose a su cuerpo,
ahogando un gemido al sentirse cerca de él, más segura que lo que se sentiría
de llevar una armadura, un yelmo y unas cuantas escopetas bien cargadas; tuvo
que suspirar, sentir su tibieza a su lado le causaba una tremenda ansiedad, una
ansiedad que sin embargo, no ahogaba el miedo, el pavor incontrolable de que
alguien, llamado por la música y las luces, entrara ahí. Alguien… o algo.
-Tenemos que movernos… hay que salir de aquí, la música podría llamarlos. –Murmuró sintiendo cómo se le partía la boca, de tan seca,
los labios se le abrían como gajos de naranja; el sabor de la sangre le
impregnó la boca, ella asintió entre sollozos.
Sin soltarla ni un instante avanzó lento por entre las
mesas derribadas, en el piso cerca de la barra un montón de botellas de licor
yacían como esperando a ser bebidas, pero ahora ya a nadie le interesaba una
copa, otras, resignadas y tristes se entregaban a la lánguida sed del suelo; él
optó por tomar la más pequeña que encontró a su paso y se la dio a ella, que
con una mano resbalosa de sudor la metió entre titubeos y miradas nerviosas en
el bolso de mano que llevaba arrastrando; caminaban encorvados, como si
estuvieran desplazándose por un túnel demasiado bajo, contenían la respiración cada
vez que pasaban cerca de una sombra, él alzando un poco la mano en que sostenía
un martillo y ella cubriéndose instintivamente el pecho con el brazo que los
unía.
No habría sabido decir hacia dónde se dirigían o qué
buscaban, sólo estaba seguro que tenían que moverse de ese lugar; cuando
salieron al pasillo se encontraron con una escalera de tubular, dos escalones
más arriba, una mujer les contemplaba con la mirada corrosiva y congelada de la
muerte, tenía los ojos abiertos como un libro que ha durado mucho tiempo en la
misma página, la boca estaba abierta y aún brotaba de ella un hilillo salivoso
de sangre rosada. Ella se sacudió al verla, no se acostumbraba todavía a
contemplar esos espectáculos y él, se humedeció los labios resecos con la
lengua y miró a todos lados, como para confirmar que nadie fuera a ver lo que
iba a hacer; la soltó con suavidad, empujándola con una mirada hacia el muro
donde se acurrucó, luego fue con el martillo levantado hacia el cadáver aquel,
la mujer no se movía, ni daba señales de verlo, pero él bien que sabía que eso
no aseguraba nada.
La sangre de la boca le había escurrido cuello abajo y la
de los lagrimales se le había secado en las mejillas como surcos arenosos, la
de los oídos sin embargo, se había quedado coagulada, como tapones para que no
escuchara lo que pasaba a su alrededor; con la punta del zapato, le dio un
golpecito inocente en el pie, esperando quizá que se levantara y lo mirara
hambrienta, desesperada, pero no lo hizo, el cuerpo no emitió ningún sonido que
pudiera distinguir sobre el esténtor de la música de la sala de baile, tampoco
hubo movimiento alguno. No obstante, volvió a humedecerse los labios con la
lengua y a tragar saliva duramente, tenía vergüenza, le daba miedo, le dolía.
Alzó el martillo con tanta fuerza como le fue posible y
azotó con la cabeza roma de la herramienta la sien derecha del cuerpo sobre la
escalera, el sonido fue como el de partir un coco por mitad, reventarlo dejando
salir toda el agua, era un sonido mitad burbujeante, mitad acartonado; el
chisporroteo de la sangre le llegó hasta la cara, otra banda de gotitas le
empezó a escurrir por la cara y el vomito se le vino a la boca, un vomito que
se detuvo cuando escuchó uno idéntico a su espalda. Ella estaba vomitando, un
dejo de tristeza le golpeó el pecho: a duras penas había podido hacerla comer
dos horas antes, suspiró apesadumbrado; se volvió cuando la escuchó calmarse y le
tendió la mano, subieron la escalera con cuidado y al llegar arriba, dieron con
una puerta gruesa de madera, que protegía la entrada a lo que en aquellos
lugares se llamaba “privado”.
Entró él primero e inspeccionó, encontrándolo todo vacío,
los..."Y bueno, espero dejarles picados... espero contar con su apoyo cuando el momento llegue; saludos!
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