miércoles, 7 de diciembre de 2016

Caminata helada

Hace unos dos años más o menos, tres casi, una noche como la de hoy, una noche muy fría, di una larga caminata, no le dije a nadie que iría a casa caminando, sólo lo hice, llegué congelada... por fuera, porque por dentro no sentía absolutamente nada; había sido una tarde horrible, había sentido la mano del amor de mi vida soltarme... alejarse... la había sentido sujetándome débilmente, temblorosa, dudosa de mí y de lo nuestro... se alejaba y yo estaba hecha pedazos por esa lejanía, por esa distancia que se pendía como un péndulo entre nuestras manos.

Para cuando empecé a andar rumbo a casa, había recuperado su tacto, quizá no igual de fuerte que antes pero aún lo tenía y sin embargo la lucha por volver a asir esa mano había significado un desgaste emocional tan gigantesco que apenas podía pensar y andar; y caminé, caminé entre el silencio y la noche y la soledad de los campos negros cultivados y el viento helado que me cortaba las mejillas. Y caminé rumbo a casa porque no tenía otra cosa que hacer, necesitaba ese aire helado y miraba las hojas de las matas de tomatillos ondearse por el viento y oía a lo lejos perros ladrar, veía luces en la lejanía y aunque mis pasos pisaban el suelo pedregoso y polvoso, yo seguía andando.

Lloré la mitad del camino, todos y cada uno de esos pasos los lloré, lágrima a lágrima pensando en el cómo mi vida podía cambiar en un instante, en el cómo de pronto podría perderlo todo... si le perdía; y uno siente una fragilidad pasmosa, asfixiante... uno que andaba por ahí con una sonrisa entre los labios y metida a grapa y aguja contra el alma de saberle existente, de pronto tiene que asumir que si existe pero se va, la vida se agota más rápido y más oscura que nunca. Y yo caminaba, lloraba la primer mitad del camino y la otra mitad repasaba cada recuerdo suyo y mío y me alimentaba de ellos poco a poco.

Absorbía esos recuerdos y los revivía con cuidado, los moldeaba en mis manos y formaba con ellos un muro, una esperanza, un aliento... un aliento.

Cuando llegué a casa estaba entumida, estaba tiritando pero no me sentía... estaba como en trance, como en un espasmo largo y tortuoso... me dormí esa noche incapaz de recobrar el calor del cuerpo, incapaz de sentir algo más que angustia, que duda... dormí torpemente, dormí desesperada y cuando salió el sol y todo volvió a la normalidad, su saludo, su sonrisa... fue como, fue como revivir.

Y hoy estoy igual.

No, no es igual... es más profundo porque entonces bajé a un nivel y hoy estoy bajando más allá de él... como tener cáncer y ser operado y luego ser operado de nuevo para descubrir que la anterior no cicatrizó, no ayudó nada...

Sé que voy a recuperar toda la fuerza como la vez pasada, lo sé... estoy segura de ello.

Pero justo ahora, necesito el frío viento en las mejillas y la noche entera envolviéndome y la congelante sensación de la noche y la soledad; necesito no dormir producto de la angustia y la incertidumbre porque a la mañana siguiente volverá todo a ser normal, porque te recuperaría, porque volverías a mí a cambio de una noche de desesperación y desconsuelo ¿y que es eso comparado contigo?, ¡NADA!... necesito todo esto, por favor...

Necesito caminar.

24/11/2016

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