lunes, 23 de mayo de 2016

Desde JJ con amor 5°: De lo sobrenatural...

Una de las grandiosidades de la Literatura es la gran variedad de géneros que existen en ella, podemos ir desde el cuento, hasta la novela en primer lugar y luego volvernos a encontrar con clasificaciones y gozar de la comedia, la tragedia, el romance, en fin... ¡de tantísimo!; así pues, me gusta hablarles de las obras que pertenecen al género del horror, del suspenso o del miedo, así que me aventé en Joven Juglar un artículo sobre lo sobrenatural en algunas obras literarias. Más que un artículo es sólo un comentario sobre obras que he leído, el cómo logran el miedo, el suspenso; así que esa es la que ahora les traigo para compartirles.

Se publicó el 30 de octubre de 2013, y es más que nada un paseo personal por la vivencia del terror en las letras, pasando por King, por los cuentos de Poe, por la cinta de Aronofsky y de más... acá se los dejo, seguro les va a gustar:




De lo sobrenatural…


¿Eres de los que se asusta facilmente o necesitas un “empujoncito”?
Habemos muchos que somos difíciles para el miedo, sí, es verdad, pero los hay también que les gusta el miedo sútil… ese de sentarse a leer en la tranquilidad de una habitación, a solas y de pronto, sentir como si todo alrededor, incluído lo de afuera se paralizara… ese de los escalofríos cuando estás acostado entre la oscuridad de tu cama, de tu habitación… ese de los libros que te van dejando el miedo como semillitas que germinan lento, muy lento… el miedo crece, el miedo es paulatino… el miedo seduce y se aparece de vez en cuando…
Cuando uno se interna en las páginas de la breve, sencilla y extraña Aura de Carlos Fuentes, lo primero que siente, como un golpe certero, es la narración, directa, ordenándote como una voz que te dice a dónde ir, cómo ir y para qué ir, alguien que desde un sitio muy lejano ejerce absoluto y total control sobre nuestro cuerpo, decidiendo qué hacemos, decidiéndolo todo; en breves páginas, Fuentes logra impregnar el ambiente de un misticismo que uno reconoce hasta que cierra el libro un instante, se frota los ojos y piensa “Diantres, pero si me estaba llevando a mí por esa casa”.

Cuando lee uno algún cuento de Poe, digamos, por ejemplo, El gato negrosiente esa misma sensación de desplazarse por el lugar, de mirar fijamente a ese gato, sí, el gato negro con la mancha esa rodeándole el cuello, luego mira su ojo… ese gato, el que antes habríamos querido acariciar contra nuestra pierna, es de pronto algo despreciable, nauseabundo y nos dan ganas de salir corriendo, empujarlo lejos y no volver a tener un gato nunca; pasa igual con El corazón delator, ese sonido nos penetra el cuerpo, no importa si lo escuchamos latir a la par que el nuestro, no importa si los dos compiten en nuestras cabezas intentando llegar a una meta que no existe, rivales en la carrera por enloquecernos de incertidumbre.
Quien ha leído It lo ha sentido también, esa absurda sensación tras leer antes de dormir, esa insistencia de la mente que hace que pensemos, una y otra vez, que ahí, en la ventana, esta ese payaso, con su peluca roja y su alargada sonrisa, mitad ternura, mitad maldad; escuchamos sus pasos chillantes como juguete infantil y casi podemos sentir la presencia de las borlas naranjas de su traje o las arrugas aterradas de sus pantalones bombachos… y el sueño infantil que nos hacía amar los payasos se va por el caño y nos trae desde la lectura y casi para siempre, sólo pesadillas.
El miedo, el buen miedo lo dan los autores que manejan aspectos totalmente cotidianos, cosas de la vida diaria, objetos que están en todas partes y las maquillan o peor aún, les quitan la máscara, les arrancan la piel y las transforman, no ya en lo que eran ante nuestra mirada inocente, sino lo que son bajo la vista de la perversidad; la fan número uno de Misery que armada con un mazo destroza las piernas de su amado escritor favorito, la plácida paz de los cementerios que describe Lovecraft, llenos de telarañas, de encanto y de los murmullos malditos de los que no pueden descansar en paz, la terrible ansiedad por devorar un trozo de carne cruda, incitada por el pequeño que nace en el interior de la joven y tierna Rosemary, a quien luego no queda de otra más que cantar una tétrica y enternecida canción de cuna, en la adaptación cinematográfica del texto de Ira Levin La semilla del diablo...



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