Hace algunos días tuve la oportunidad de realizar un viaje relámpago (tres días), del que quizá luego pueda hacerles una crónica, al estado de Guanajuato; mientras viajábamos, visitamos en su mayoría iglesias, cosa de viajar con una tía que practica mucho nuestra religión así como con una prima que adora visitar templos y tener además que reconocer que todas y cada una de las iglesias de nuestros pueblos mágicos coloniales, son verdaderamente preciosos.
Así fue como dio comienzo esta historia, en una mañana templada, en uno de esos templos preciosos que se ven rodeados de árboles y jardines bien cuidados; al entrar a la iglesia me percaté de que una ancianita pedía limosna a la entrada, pero yo no llevaba ni un quinto (ya al inicio del camino de esa mañana había estado yo buscando un banco para hacerme de algo de dinero en el cajero); ya dentro de la iglesia, pensaba y repensaba en aquello, los ancianitos que piden limosna suelen ser algo que se me queda muy grabado en la cabeza, me preocupan sobremanera, me causan gran desanimo.
No alcanzo a comprender como alguien puede permitir que su padre o su abuelo pase hambre, frío y que sea vistos feo por la gente a la que le pide una moneda para poder comer; en algún momento de mi vida tuve que trabajar repartiendo panfletos en la calle, ya saben, esas personas que te dan un volante sobre algo, en mi caso, lo hacía promocionando un centro de educación para adultos. Ahí viví en carne propia lo que es que te rechacen y vean mal, personas a las que les sonríes para darles algo en lo que crees, algo que quieres difundir porque podría serles útil, esa gente te empuja al pasar sin importar si les estás deseando un buen día y pidiendo su atención con educación, te deja con la mano tendida y le dedica a la sonrisa que les das la misma mirada que le dedicaría a una mosca estorbosa o a una mierda que espera sobre la banqueta y le estropea el panorama.
Me causa horror saber que hay personas que permiten que sus familiares de edad avanzada pasen por eso, me parte el corazón creer que hay gente así; pensaba en todo eso y me decidí a pedirle a mi madre unas monedas en lo que podía ir al cajero, ella me dio tres monedas de 10 pesos, así que salí de la iglesia y le di a aquella ancianita 2 de ellas. El resultado... lo que ocurrió me tiene al borde del llanto cada vez que lo recuerdo.
Al acercarme a darle las monedas, la señora se me quedó viendo con sus ojos opacos por la edad y su cara poblada de arrugas, y me sonrío, una sonrisa tierna, dulce y llena de agradecimiento, entonces me dijo "Dios se lo pague" y créanme, no hay nada más valioso que eso; me volvía a la iglesia cuando pensé que estaba yo haciendo algo malo, después de todo me quedaba aún una moneda y aunque yo la guardaba por si algo se ofrecía, no tenía yo la misma necesidad de ella que aquella mujer, así que me volví para dársela.
Cuando le tendí la moneda, le tomé su mano y le dije "Usted la necesita más que yo", ante mi sorpresa, la ancianita tomó mis manos y con un agradecimiento enorme me las besó, me colmó de bendiciones, a mí y a los míos (incluso a un esposo y a unos hijos que no tengo XD) y me agradeció en reiteradas ocasiones; no puedo expresar en palabras la emoción, la ternura, la alegría y satisfacción que me dio el ayudarle, el saber que al menos un día podrá tener un poquito más para sus necesidades. Volví a la iglesia y cuando salimos un rato después, al vernos a todas nos volvió a llenar de agradecimientos y bendiciones y me recordó que al ser día último del mes, rezaría por mí y los míos durante la celebración eucarística de la tarde.
Todavía iba yo unas calles más allá del templo y seguía llorando, me causa profunda indignación ver a nuestros ancianitos reducidos a personas que tienen que pedir a los demás ayuda, cuando vivimos en un mundo que no ayuda a los demás; ¿dónde están los nietos de esas personas?, ¿los hijos? Hablando con una buena amiga, me comentaba que uno de los problemas que desencadena en estos hechos, es que no tenemos en México una cultura sobre la ancianidad, su trato, la responsabilidad que conllevan, el respeto a esas personas a quienes muchos creen que sólo porque ya son mayores, no son útiles; utilidad, productividad... como si fuéramos máquinas y se nos considerara y valorara en la medida en que damos algo a cambio.
Carecí de abuelos por mi lado paterno, nunca tuve esa cercanía a ese lado de mi familia, por lo que podrían decir algunos que como me faltaron abuelos, entonces por eso tengo estas ideas y sentimientos; no obstante me críe conviviendo con muchos tíos abuelos, tengo montones y también pude tratar a mis bisabuelos. Creo que es necesario que mejoremos nuestra visión de los ancianos, después de todo, muchos quizá tendremos que llegar a su edad, a su estado y no creo que a todos nos gustaría acabar en la calle suplicando por un taco.
Pero más allá de eso, deberíamos ser más conscientes de lo que es amar... amar a nuestra familia, amar a nuestros familiares, ¿el amor se acaba así de simple?, ¿el amor tiene fecha de caducidad?, ¿depende de qué tan fuertes, firmes o flexibles sean mis piernas o de si conservo la totalidad de mi dentadura o distingo letras pequeñas?
No imagino un amor que depende del color de mi cabello, lo terso de mi piel o la firmeza de mis brazos... no concibo un amor que termina cuando pase los sesenta.
No creo que exista un amor que deje morir de hambre a quien ama... ni mucho menos pasar frío a quien le arropó antes.
Así fue como dio comienzo esta historia, en una mañana templada, en uno de esos templos preciosos que se ven rodeados de árboles y jardines bien cuidados; al entrar a la iglesia me percaté de que una ancianita pedía limosna a la entrada, pero yo no llevaba ni un quinto (ya al inicio del camino de esa mañana había estado yo buscando un banco para hacerme de algo de dinero en el cajero); ya dentro de la iglesia, pensaba y repensaba en aquello, los ancianitos que piden limosna suelen ser algo que se me queda muy grabado en la cabeza, me preocupan sobremanera, me causan gran desanimo.
No alcanzo a comprender como alguien puede permitir que su padre o su abuelo pase hambre, frío y que sea vistos feo por la gente a la que le pide una moneda para poder comer; en algún momento de mi vida tuve que trabajar repartiendo panfletos en la calle, ya saben, esas personas que te dan un volante sobre algo, en mi caso, lo hacía promocionando un centro de educación para adultos. Ahí viví en carne propia lo que es que te rechacen y vean mal, personas a las que les sonríes para darles algo en lo que crees, algo que quieres difundir porque podría serles útil, esa gente te empuja al pasar sin importar si les estás deseando un buen día y pidiendo su atención con educación, te deja con la mano tendida y le dedica a la sonrisa que les das la misma mirada que le dedicaría a una mosca estorbosa o a una mierda que espera sobre la banqueta y le estropea el panorama.
Me causa horror saber que hay personas que permiten que sus familiares de edad avanzada pasen por eso, me parte el corazón creer que hay gente así; pensaba en todo eso y me decidí a pedirle a mi madre unas monedas en lo que podía ir al cajero, ella me dio tres monedas de 10 pesos, así que salí de la iglesia y le di a aquella ancianita 2 de ellas. El resultado... lo que ocurrió me tiene al borde del llanto cada vez que lo recuerdo.
Al acercarme a darle las monedas, la señora se me quedó viendo con sus ojos opacos por la edad y su cara poblada de arrugas, y me sonrío, una sonrisa tierna, dulce y llena de agradecimiento, entonces me dijo "Dios se lo pague" y créanme, no hay nada más valioso que eso; me volvía a la iglesia cuando pensé que estaba yo haciendo algo malo, después de todo me quedaba aún una moneda y aunque yo la guardaba por si algo se ofrecía, no tenía yo la misma necesidad de ella que aquella mujer, así que me volví para dársela.
Cuando le tendí la moneda, le tomé su mano y le dije "Usted la necesita más que yo", ante mi sorpresa, la ancianita tomó mis manos y con un agradecimiento enorme me las besó, me colmó de bendiciones, a mí y a los míos (incluso a un esposo y a unos hijos que no tengo XD) y me agradeció en reiteradas ocasiones; no puedo expresar en palabras la emoción, la ternura, la alegría y satisfacción que me dio el ayudarle, el saber que al menos un día podrá tener un poquito más para sus necesidades. Volví a la iglesia y cuando salimos un rato después, al vernos a todas nos volvió a llenar de agradecimientos y bendiciones y me recordó que al ser día último del mes, rezaría por mí y los míos durante la celebración eucarística de la tarde.
Todavía iba yo unas calles más allá del templo y seguía llorando, me causa profunda indignación ver a nuestros ancianitos reducidos a personas que tienen que pedir a los demás ayuda, cuando vivimos en un mundo que no ayuda a los demás; ¿dónde están los nietos de esas personas?, ¿los hijos? Hablando con una buena amiga, me comentaba que uno de los problemas que desencadena en estos hechos, es que no tenemos en México una cultura sobre la ancianidad, su trato, la responsabilidad que conllevan, el respeto a esas personas a quienes muchos creen que sólo porque ya son mayores, no son útiles; utilidad, productividad... como si fuéramos máquinas y se nos considerara y valorara en la medida en que damos algo a cambio.
Carecí de abuelos por mi lado paterno, nunca tuve esa cercanía a ese lado de mi familia, por lo que podrían decir algunos que como me faltaron abuelos, entonces por eso tengo estas ideas y sentimientos; no obstante me críe conviviendo con muchos tíos abuelos, tengo montones y también pude tratar a mis bisabuelos. Creo que es necesario que mejoremos nuestra visión de los ancianos, después de todo, muchos quizá tendremos que llegar a su edad, a su estado y no creo que a todos nos gustaría acabar en la calle suplicando por un taco.
Pero más allá de eso, deberíamos ser más conscientes de lo que es amar... amar a nuestra familia, amar a nuestros familiares, ¿el amor se acaba así de simple?, ¿el amor tiene fecha de caducidad?, ¿depende de qué tan fuertes, firmes o flexibles sean mis piernas o de si conservo la totalidad de mi dentadura o distingo letras pequeñas?
No imagino un amor que depende del color de mi cabello, lo terso de mi piel o la firmeza de mis brazos... no concibo un amor que termina cuando pase los sesenta.
No creo que exista un amor que deje morir de hambre a quien ama... ni mucho menos pasar frío a quien le arropó antes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario