"Siempre voy a amarte"
"Siempre estaré contigo"
"Nunca me había pasado algo así"
"Jamás imaginé todo esto"
"Yo no haría eso"
"Jamás te engañaría"
Somos tan amantes del generalizar, tan necesitados de ser absolutistas, de radicalizar la información que manejamos, dándola toda por cierta, dándola toda por falsa; si alguien nos asegura habernos visto decir algo que no nos conviene, de inmediato surge el "jamás", si nos dicen que hicimos algo que nos causaría un problema, que nos alteraría los planes, acudimos corriendo al "nunca" y afirmamos acciones radicales y firmes, como si fuéramos perfectos, intachables, infalibles.
Pasa en el Gobierno, por ejemplo, en el ámbito económico, político y social, donde encontramos muchas veces que es mejor y más fácil el generalizar: todos los gays son afeminados, todas las lesbianas son varoniles, todas las madres son buenas y abnegadas, todos los hombres son valientes y fuertes, todo político es ratero, todo sacerdote es bueno y puro...

"Generalizar: mentir y decir la verdad al mismo tiempo, sin dejar de mentir y sin dejar de decir la verdad."*
Por eso se nos da bien el generalizar, porque así decimos sin decir, admitimos sin hacerlo del todo y sentenciamos sin que haya en medio una coyuntura, la generalización en el lenguaje, el abarcarlo todo de una, es más sencillo que dejar escapar algo, que ser humanos con fallos, que dejar ver la sospecha.
En México, en el mundo, en la vida común y la privada, es mejor decir la mentira o no decirla, decirlo todo y a la vez nada.
*Monsiváis, Carlos. Días de guardar, Editorial Era, México, 1970 (Edición de 2010), pág. 17.
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